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Resumen:  Potencial terapéutico de los alucinógenos en las cefaleas

Los alucinógenos incluyen a un grupo heterogéneo de sustancias que provocan cambios en la percepción sensorial, el pensamiento y la consciencia. El potencial terapéutico de diversas drogas alucinógenas está recibiendo un interés creciente en los últimos años. En este trabajo presentamos una revisión bibliográfica centrada en el posible uso de los alucinógenos (LSD, psilocibina y ketamina) en el tratamiento y prevención de las cefaleas. Para ello, se ha realizado una búsqueda (sin límite temporal) en las bases de datos de Web of Sciences, Scopus y Pubmed, además de una búsqueda manual en las referencias de los artículos. Los resultados constatan la eficacia del LSD, especialmente a nivel profiláctico, mientras que la ketamina podría ser de utilidad para abortar los ataques agudos y la psilocibina ha demostrado ser efectiva en ambos aspectos. Los estudios existentes se han llevado a cabo principalmente en pacientes con migraña y con cefalea en racimos, entre otros tipos de cefaleas. Asimismo, se señalan diversas limitaciones metodológicas que pueden dificultar la generalización de los resultados, y se sugiere la necesidad de realizar futuras investigaciones en este campo emergente.

Introducción

El término alucinógeno proviene de la palabra en latín alucinari, con el significado de “vagar por la mente”, así como también encontramos “psicodélico” como sinónimo, derivado de las palabras griegas psyche (mente) y delos (visible) (McGeeney, 2013). Bajo su definición recoge a un grupo de sustancias susceptibles de producir cambios significativos en la percepción sensorial (visual, auditiva, táctil y/u olfatoria) y en el pensamiento, sin reducir el nivel de conciencia, simplemente alterándola a través de la percepción de sensaciones, cogniciones y afectos anómalos (Whelan & Johnson, 2018).

El uso histórico de setas alucinógenas nos remonta a cientos de años atrás, introduciéndonos en la cultura Maya y Azteca de México, así como en la cultura de los indios mazatecos del sur mexicano. Este primer uso de las plantas psicodélicas tenía diversos propósitos, incluyendo el religioso, el cultural, recreacional y, el más relevante para nosotros, el medicinal (Yamin‐Pasternak, 2010). Otro aspecto histórico destacable está relacionado con su acción en la psicoterapia, empleándose como afianzamiento de la relación terapéutica y como asistencia en la exploración de la “experiencia interior” durante la sesión (Whelan & Johnson, 2018). De modo que los psicodélicos se usaron en entornos clínicos y de investigación con resultados alentadores en cuanto al tratamiento de enfermedades mentales y al de los trastornos por consumo de sustancias. Sin embargo, al mismo tiempo surgieron preocupaciones sobre el posible abuso y efectos adversos, además de la asociación de los psicodélicos con el movimiento de la contracultura. Así, comenzó la fiscalización de los psicodélicos, prohibiéndose en gran medida en Estados Unidos en 1970, e impidiendo la investigación sobre su potencial terapéutico. Tras décadas en las que la investigación en esta línea permaneció congelada, recientemente ha habido un resurgimiento en el interés por estas sustancias, aunque limitando el acceso a algunos grupos de investigadores (Barnett & Greer, 2021).

Las investigaciones que han podido realizarse con los alucinógenos se han centrado en diferentes ámbitos, entre ellos, encontramos su posible utilidad clínica en el tratamiento de las cefaleas. Concretamente, la migraña es uno de los problemas de dolor de cabeza más comunes, aproximadamente con una prevalencia del 15% y situado entre los tres trastornos más discapacitantes en el mundo. Existen numerosos tratamientos que se usan hoy en día, aunque aún se necesitan avances que permitan incrementar la eficacia y disminuir los efectos secundarios. La investigación reciente sugiere que ciertos alucinógenos como el LSD o la psilocibina pueden tener un impacto positivo para la migraña, además de una reducción en la latencia de eficacia, de modo que resultarían necesarias un menor número de dosis (Schindler et al., 2020).

Otro tipo de cefalea reconocida por su gravedad es la cefalea en racimos, a veces considerada como la más dolorosa de todos los tipos de dolor de cabeza (Sewell et al., 2006) y conocida por el nombre de “dolor de cabeza del suicidio” (Robbins, 2013). Tiene una prevalencia baja en la población mundial, representando el 1,5% del total de pacientes con dolor de cabeza, predominando especialmente en el sexo masculino y con un comienzo habitual entre los 20 y los 40 años. (Sewell et al., 2006; Sempere et al., 2006). La cefalea en racimos se clasifica normalmente en dos categorías: episódica, con periodos de remisión de más de un mes y crónica, cuando dura más de un año y tiene periodos de remisión inferiores a un mes (Sempere et al., 2006). Se manifiesta en forma de severos ataques de dolor durante un tiempo que se estima entre los 15 y los 180 minutos, y se acompaña de síntomas autonómicos ipsilaterales craneales (Headache Classification Committee of the International Headache Society [IHS], 2013).

Aunque no hay cura conocida para la cefalea en racimos, en ocasiones se pueden prevenir los ataques, así como provocar su interrupción con una relativa eficacia. Los principales tratamientos que se usan para abortar el ataque son el oxígeno y el sumatriptán, mientras que el verapamilo, las sales de litio y los corticoides son las principales recomendaciones a nivel preventivo (Preedy, 2016; Sewell et al., 2006). Sin embargo, estos tratamientos son ineficaces en algunos casos y, por lo general, no hay medicación para terminar eficazmente un periodo de cefalea en racimos, así como para prolongar el periodo de remisión. El tratamiento quirúrgico puede ser una de las opciones para los pacientes que no responden a este tratamiento estandarizado, incluyendo también la estimulación cerebral profunda o la estimulación del nervio occipital. No obstante, este tratamiento de cirugía cerebral puede tener complicaciones especialmente graves (Leone et al., 2006). De este modo, algunos pacientes han optado por el LSD o por la psilocibina para paliar este grave dolor de cabeza (Sewell et al., 2006). Algunos estudios de carácter epidemiológico han ido enfocados en esta línea, investigando el uso de las drogas ilegales en pacientes afectados de cefalea en racimos (Donnet et al., 2007). Por lo general se ha observado una mayor frecuencia en el uso de la población que sufre dicho dolor de cabeza, aunque sigue sin establecerse si es debido a una mejoría real de los síntomas, a una respuesta placebo, a la convicción del paciente o a antecedentes fisiopatológicos comunes entre la cefalea en racimos y las conductas adictivas como el consumo de drogas (De Coo et al., 2019).

Por último, debemos mencionar a la ketamina, un derivado de la fenciclidina y uno de los fármacos que se utilizan como anestésico general, siendo de los pocos fármacos anestésicos intravenosos que muestran un efecto analgésico. Dicho efecto tiene lugar a dosis bajas y consigue inhibir la transferencia del dolor al SNC, lo que puede ser relevante ante determinadas circunstancias médicas que provoquen cefalea (Han et al., 2013). Por otro lado, también se ha examinado el efecto de la ketamina sobre la interrupción de la migraña, centrándose los primeros estudios en un contexto ambulatorio en el cual evaluaron la ketamina a través de diversas vías de administración y para diferentes causas de migraña, con resultados variables (Bilhimer et al., 2020).

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